Enseñanzas que dejó una tragedia
La trágica muerte del jugador de fútbol Juan Izquierdo en San Pablo dejó enseñanzas valiosísimas que no deben pasar desapercibidas en el marco de una sociedad como la nuestra que tantas veces se muestra agresiva, rota y con pérdida de referencias morales y valóricas.
En primer lugar, importa mucho destacar la actitud que mostró la dirigencia, la hinchada y el plantel del San Pablo Fútbol Club en las circunstancias tan difíciles que sufrió su coyuntural rival en la Copa Libertadores. No solamente no festejó su merecido pasaje a cuartos de final de ese torneo con la victoria en su campo de juego sobre su oponente uruguayo, sino que en todo momento hubo iniciativas concretas y expresiones de solidaridad en favor de Izquierdo y de Nacional. Desde ponerse a la orden en cuestiones concretas para la delegación que efectivamente quedó en San Pablo, hasta hacer homenajes luego en su estadio y con su hinchada, pasando por declaraciones de dirigentes y cuerpo técnico muy medidas y dignas frente a la tragedia vivida, y terminando por el envío de una comitiva al sepelio del jugador de Nacional en Montevideo, San Pablo mostró una empatía institucional y una solidaridad humana que realmente asombraron a mucha gente vinculada al fútbol que apreció sinceramente la hidalguía mostrada por el equipo brasilero.
En segundo lugar, en las horas tan dolorosas que se vivieron en el velatorio de Izquierdo en la sede del Club Nacional de Fútbol hubo también episodios que deben destacarse. Por un lado, una delegación del eterno rival, el Club Atlético Peñarol, formada por importantes integrantes de su directiva, cuerpo técnico y jugadores, llegó hasta La Blanqueada para expresar su natural pesar, y hubo respeto por parte de la numerosa hinchada de Nacional que también estaba allí para el último adiós a su destacado jugador. Por otra parte, hubo hinchas de Peñarol que acompañaron entre la gente allí agolpada con sus camisetas aurinegras y en medio de tantos simpatizantes de Nacional, sin que eso generara problemas de ningún tipo: fue llamativo incluso el gesto de un simpatizante aurinegro que dejó colgada la camiseta de su equipo entre los recuerdos afectuosos con los que se despidió a Izquierdo en la puerta de la sede de Nacional.
Lo de San Pablo es muy importante porque es una gran enseñanza: las rivalidades futbolísticas nunca pueden extenderse al punto de dañar la convivencia social. En un país tan desigual socialmente y tan violento como Brasil, y en donde la pasión por ese deporte se vive de manera tan enorme como sin ninguna duda alguna se siente en Uruguay, los gestos que llevaron adelante sus hinchas, dirigentes y futbolistas nos dejaron una enorme lección: es posible separar la paja del trigo y por tanto poner entre paréntesis las rivalidades de equipos cuando algo tan sagrado e importante está en juego.
Esa enseñanza que tempranamente cundió desde San Pablo se tradujo en actitudes destacadas en Montevideo que, para los tristes antecedentes de violencia en el fútbol que infelizmente hemos vivido, decididamente abren caminos de esperanza de que podamos volver a una senda de civilización y sana rivalidad entre nuestros principales equipos.
Porque si realmente pudimos ver a hinchas de Peñarol saludar con respeto a los hinchas de Nacional y estos a su vez retribuir esos saludos en momentos tan dolorosos, ¿por qué no podemos hacer que ese ejemplo se extienda de manera de que pase a ser la norma de la convivencia entre hinchadas cuando se trata de ir al estadio a ver un clásico, por ejemplo? ¿Qué nos impide como sociedad tener siempre y naturalmente la gestualidad que le vimos a San Pablo en estas circunstancias tan difíciles, y volver así a vivir la época en que hinchas de un equipo y de otro convivían sin inconvenientes en las gradas de la Olímpica o, incluso más, a la época en la que hinchas de un equipo aplaudían las buenas jugadas que el otro llevaba adelante y que redundaban en un mejor espectáculo?
El fútbol es una expresión popular que de alguna manera muestra el grado de civilización y convivencia social en el que nos encontramos como nación. El ejemplo que nos mostró San Pablo, tan cercano y en un país que tantas veces es infelizmente víctima de violencias extremas, es ilustrativo y realmente ha conmovido para bien al Uruguay futbolístico. Y lo que ocurrió en la despedida de Juan Izquierdo en la sede de Nacional tiene que hacernos ver que podemos aspirar a un fútbol sin violencias y que muestre nuestros mejores valores sociales de convivencia y solidaridad.
Fuente diario El País