Vamos por ti, África por Guillermo Silva Grucci
A mediados de 1862 toda Europa estaba atenta a las peripecias de los intrépidos que se atrevían a entrar al interior del continente africano. De esas expediciones surgían libros, donde, tal vez, se exageraban algunas aventuras y los periódicos los publicaban en entregas que el público lector esperaba con avidez.
El mundo militar era un semanario madrileño que, si bien contenía noticias generales, daba preferencia a la temática que su nombre indica, tanto de España como otras naciones. Por ello era común encontrar entre sus articulistas militares como el también escritor y periodista Pedro de Prado y Torres. En la edición del 5 de mayo, un artículo firmado por ese autor (luego replicado impunemente por otros periódicos sin citarlo) se refería a la expedición que los capitanes Richard Francis Burton y John Hanning Speke (1827-1864) habían emprendido buscando la solución de un misterio que intrigaba desde la antigüedad. Tan es así, dice de Prado, que el filósofo Epiménides (aquel cretense que dicen que dijo: “Todos los cretenses son mentirosos”) expuso ante el rey de Creta que él había recorrido “todo el mundo” y “casi descubierto” las fuentes del Nilo. Dado su opinión sobre los cretenses el rey dudaba si creerle, de modo que muchos siglos después el problema seguía planteado.
A pesar de que el capitán Burton no deseaba que se hiciera público, porque de fallar también sería público el fracaso, el motivo del viaje era develar el misterio que preocupaba al griego. Burton y Speke ya tenían dolorosa experiencia de lo que era viajar por África, pero habían sido llamados a la empresa y a ella se pusieron. No puede decirse que fueran amigos. En realidad, chocaban bastante sus disímiles personalidades. Speke no estaba muy conforme con que se hubiera asignado el mando a Burton, quien, por otra parte, era bastante áspero. Pero esa rivalidad más o menos soterrada cedía ante los peligros que encerraba el viaje.
La necesidad tiene…
El primer enemigo que encontraban era el clima. Las enfermedades se turnaban para atacar a uno y al otro. En uno de sus libros escribe Burton: “En Hanga el capitán Speke fue violentamente atacado por la cruel enfermedad conocida en el país que recorríamos con el nombre de Kychi oma chyoma. Sus accesos tenían semejanza con los de la epilepsia e hidrofobia: nos vimos obligados a detenernos, y durante cuatro días temí un desenlace fatal. El enfermo mismo, creyéndose próximo a morir, trazó con mano desfalleciente algunas palabras de despedida a su familia. Felizmente, desde aquel momento la crisis cedió en intensidad”. En otra ocasión dice, refiriéndose a sí mismo: “Me dediqué, a pesar de la agitación febril de que me hallaba poseído y del temblor nervioso de mis manos, a redactar un informe destinado a hacer conocer a la sociedad de geografía los primeros resultados de nuestra campaña”.
Es de hacer notar que exploradores como Livingstone, Burton o Speke eran contrarios al comercio de esclavos. El caso de Livingstone es particularmente notable. Pero veamos lo que escribe Burton, que se había adelantado a la comitiva: “Llegó el capitán Speke abrumado de tal suerte por la fatiga, que apenas podía pronunciar una sola palabra, y sucesivamente los árabes, los beloutchis [de Baluchistán, actualmente provincia de Irán], losesclavos y los asnos completamente cubiertos de cieno y cansados”. Y más adelante relata una “buena acción”: “Además de la insalubridad del clima, la población del país de Duthumi [actual Tanzania] sufre en la actualidad otra desgracia; la vecindad de un tal Kisabengo, especie de bandido que, con ayuda de los musulmanes de las tribus de la costa, arrebata sucesivamente los habitantes de las aldeas, para venderlos como esclavos. Nadie puede contar con un día de seguridad. Una cabaña poco distante de nuestro campo fue invadida durante la noche por un jefe llamado Manda; mas perseguido por mí, tuve la felicidad de arrancar de la esclavitud a que se les arrastraba a algunos infortunados que me dieron las gracias derramando lágrimas de gozo”. Pero también afirma: “He tomado como porteadores […] algunos de los esclavos del árabe Saif-Bin-Salin” [un tratante local]. Cierto es que muchos de los porteadores habían desertado, lo que se daba con preocupante frecuencia, pero parece un tanto dual, porque deplora el comercio, rescata de la esclavitud… y se sirve de esclavos.
La polémica
Como muchas veces se turnaban para enfermarse, en esta oportunidad le tocó a Burton. Speke continuó la exploración y descubrió el gran lago al que llamó Victoria (no eran muy originales las denominaciones, aunque se trataba de una victoria) y asumió que había dado con las fuentes del Nilo.
Enfermos los dos, Speke llegó primero que Burton a Londres y fue recibido bajo palio. La rivalidad entre los dos exploradores llegó a su culmen: Burton no aceptó que fueran las fuentes lo que había descubierto su afortunado camarada. La discusión entre los dos se tornó en asunto público.
Instalada la duda, la Royal Geographical decidió patrocinar un nuevo intento. Esta vez la misión era comandada por Speke, quien eligió para secundarlo a su antiguo camarada James Augustus Grant (1827-1892). Regresaron en 1864 sin pruebas contundentes de la certeza del descubrimiento de Speke, pero éste mantenía su firme convicción.
Ese año, en vísperas del otoño boreal, Burton y Speke iban a defender sus respectivas posturas frente a una asociación científica. El día anterior al acto programado, Speke murió en un accidente de caza. Así lo consigna El mundo militar: “Trató de escalar una tapia de algunos pies de altura; roza su escopeta contra una piedra, sale el tiro, y Speke cae muerto”.
Van a tener que pasar unos años para que el explorador Henry Morton Stanley (1841-1904) ratificara los asertos de Speke. Stanley se había hecho famoso por encontrar al desaparecido Livingstone, cuyo paradero se ignoraba desde hacía años. si bien este no quiso regresar a Gran Bretaña. Terminó contratado por el rey de Bélgica Leopoldo II, con lo que se hizo cómplice de los planes del monarca que no eran otros que apropiarse del Congo. Un proyecto, que tuvo como saldo millones de congoleños muertos, por los esfuerzos a que eran sometidos en la explotación del caucho y de los recursos mineros, así como por los brutales castigos a que se les sometía si no cumplían con las cuotas. So pretexto de combatir la esclavitud se hacía trabajar a hombres, mujeres y niños en las mismas condiciones.
El rey Leopoldo II de Bélgica es el ejemplo perfecto de la hipocresía: se presentaba ante el mundo como un filántropo y se apropió de una entelequia llamada Estado Libre del Congo. Así, Stanley contribuyó directamente al saqueo del Congo. No en vano, cuando a punto de cumplir su medio siglo se casó en Westminster con la bella pintora Dorothy Tennant (1855-1926) Leopoldo obsequió a la dama “un brazalete sembrado de diamantes y turquesas, con el retrato del augusto donante” (Diario de Manila, 5/9/1890). Ese mismo año el monarca lo agració con el Gran Cordón de la Orden de Leopoldo. En 1899 Victoria lo hizo Caballero gran cruz de la Orden del Baño.
Una vez más razón tuvo el refrán: “No es oro todo lo que reluce”.
Fuente: Semanario La Mañana