Recorriendo Exposiciones : 60 BIENAL DE VENECIA por Daniel Benoit Cassou
El color llegó a Venecia y la Bienal se vistió acorde al espíritu de sus visitantes, aspecto que por cierto ha incordiado a más de un crítico.
Curada por Adriano Pedroza (Río de Janeiro, 1965), el primer latinoamericano en dirigir una edición de la Bienal de Venecia, los pabellones rebozan de color.
Es que Pedroza se ocupó de convocar a artistas provenientes de África, Asia, Oriente Medio, Australia, Oceanía y Latinoamérica, algunos actuales y otros maestros fallecidos.
Para ello dividió la propuesta en Núcleo Histórico y Núcleo Contemporáneo, lo que generó diferentes planos analíticos.
El sector histórico albergó centenas de artistas consagrados como Emilio Petorutti, Joaquín Torres García, Oswaldo Guayasamín, Tarsila do Amaral, Diego Rivera y Frida Kahlo entre otros tantos.
Hay quienes celebran que esta haya sido la primera vez que Frida Kahlo haya venido a La Biennale y en esta oportunidad lo hace a través de la obra de reducidas dimensiones llamada “Diego y yo” que el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) les prestó.
También deberíamos de preguntarnos la necesidad de que la obra de esta artista debiera de venir a este escenario, no por que carezca de valor sino por que la Kahlo no necesita de la aprobación del “establishment” europeo para lograr su reconocimiento.
Cabe decir que en forma constante y permanente este cuadro cuenta con un guardia de seguridad parado a su lado.
Si bien es un deleite poder apreciar el amplio espectro de los maestros latinoamericanos, no sería necesario el aval europeo pues de lo contrario continuaríamos en la misma relación de subordinados o colonizados.
Los europeos y con cierto grado de razón, perciben esta edición como una demostración de resentimiento latinoamericano reclamando lugares de reconocimiento para nuestros artistas.
Salas atiborradas de cuadros uno pegado al otro no es una forma de transmitir estos aportes que logramos llevar a cabo desde Latinoamérica.
Prácticamente todos los visitantes saben quienes esos estos artistas y los han visto diseminados por varios museos del mundo.
Hubiera sido más efectivo provocar con algunas de estas obras un homenaje más creativo.
El “menos es más” faltó sin previo aviso.
En definitiva estas salas pierden efecto poético alguno y pasan a ser meros registros informativos.
Tampoco teniendo tantas bienales en Latinoamérica es oportuno este tipo de refriega dentro de un escenario europeo.
El exceso de obras termina mareando más que logrando un acercamiento más diplomático o amigable para con el ámbito europeo.
Pedrosa seleccionó 335 artistas en total.
Titulada “Extranjeros en todas partes”, la 60 edición alude al sentimiento de inadaptación que implica el extranjerismo, mucho más aún en Europa, continente sede de varios países imperialistas y colonialistas que se valieron de bastas regiones conquistadas en otros continentes para su enriquecimiento a partir de finales del siglo XV.
Son necesarias, y de hecho se están llevando a cabo, las relecturas del colonialismo considerando pueblos enteros que quedaron fuera de la retórica impuesta por los avances europeos en América, también en Asia y África, y ese aspecto está bien desarrollado en la mayoría de las propuestas dentro del Núcleo Contemporáneo.
Pero no tenemos que olvidarnos cuál es el concepto de una bienal donde la consigna es exhibir las obras contemporáneas que se están generando actualmente para facilitar una difusión de artistas innovadores que no siempre tienen posibilidades de hacerse conocer dentro del ámbito comercial el cual se toma su tiempo para asimilarlo.
Otro aspecto que no está en concordancia con la concepción de las bienales son las presencias de las galerías de arte.
Se supone que estas manifestaciones son para exhibir y difundir no para vender, sin embargo la bienal de Venecia cada vez se acerca más al concepto de una feria de arte.
La serie de preliminares que se llevan a cabo previa apertura, permiten el desembarco de los más destacados coleccionistas del mundo que en pocas horas llevan a cabo sus compras a modo de “shopping time”.
La Chola Poblete de Argentina vendió la totalidad de sus obras a través de su galerista.
Esto tampoco favorece el espíritu de las bienales de ofrecer un paneo de lo que se está llevando a cabo en el ámbito artístico actual.
Varios artistas y pabellones enteros están patrocinados por grandes galerías de arte que invierten esperando recuperar con creces sus desembolsos, aspectos que desvirtúan el concepto original de estas manifestaciones.
El pabellón central de Giardini recibe al público adornado por un mural con una amplia gama de colores que fueron hechas por el colectivo familiar amazónico MAHKU (Movimiento dos Artistas Huni Kuin) proveniente de Brasil quienes llevan a cabo sus trabajos a partir de ceremonias de ayahuasca.
Esta familia entera posó en la inauguración previa ataviados por sus vestimentas típicas.
La presencia de cerámicas y tapices multicolores más cercanos a la artesanía, así como obras también muy coloridas retraen el avance del arte contemporáneo que debería de apuntar más hacia el conceptualismo con manifestaciones en instalaciones, video arte y fotografías.
A diferencia de ediciones recientes en esta el video arte tiene poca presencia.
La Bienal está distribuida entre dos grandes escenarios físicos.
Por un lado Giardini donde se encuentra el pabellón central carta de presentación del curador de turno y una cantidad considerada de pabellones de diferentes países.
En cada envío nacional la selección de las obras proviene de la decisión de cada país.
Estas obras se deberían de ajustar a la temática impuesta por curador.
Allí tiene sitio las principales potencias del mundo las cuales a modo de danza de pavo real llevan a cabo propuestas que denoten su poder, aspecto que vamos a analizar en otra nota.
A modo de adelanto, podemos afirmar que algunos de los pabellones no han estado a la altura de lo esperado.
Por su lado Arsenale, un edificio con un recorrido zigzagueante y más fácil de seguir, es donde mejor se puede percibir el concepto perseguido por el curador.
Allí hay espacios destinados a albergar a los artistas seleccionados por Pedroza tanto dentro de un núcleo como del otro, donde también hay sectores que albergan envíos nacionales como es el caso de Argentina, México y tantos otros que no tienen lugar en Giardini que veremos en otra nota.
Dentro de este espacio se encuentra la selección de artistas llevada a cabo por Pedroza que pertenecen a la diáspora italiana por el mundo.
Bajo el mismo esquema expositivo del Museo de Arte de San Pablo del cual Pedroza es su director, se encuentran las obras provenientes de Uruguay de Linda Kohen (Milán, 1924) y Horacio Torres (Livorno, 1924-1976), pinturas que por cierto no dan cuenta de la magnitud de estos artistas sino que funcionan a modo de carta de presentación.